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Pantalones por 7 euros, camisetas y sudaderas a veces por 5 euros. H&M, Zara, Primark, solo por poner algunos ejemplos, han puesto en tela de juicio la industria de la confección con el lanzamiento de prendas low cost que, sin embargo, no son buenas para el medio ambiente ni para nuestra salud.

La moda low cost no es sostenible, ciertamente no tardó mucho en entenderla, pero lamentablemente sigue siendo la más popular, ya sea por los bajos costos, o porque ahora muchas camisetas y shorts se han vuelto desechables. La cantidad se preocupa más por la calidad.

Cada año, los vertederos de todo el mundo incineran 12 millones de prendas y sus emisiones de CO2 contribuyen sustancialmente al efecto invernadero , tanto que la industria textil en términos de contaminación es superada solo por el petróleo.

De 1960 a 2021 se registró un récord de residuos textiles con un aumento estimado del 811%. Solo en 2021, 1.630 toneladas de ropa terminaron en vertederos. Se estima que cada persona, cada año, consume 34 prendas y tira 14 kilos. Y no nos consuela que se hayan reciclado muchas toneladas, porque las cifras siguen siendo escandalosas. Sin embargo, 62 millones de toneladas de ropa salen de las fábricas cada año y, según las Naciones Unidas, la industria textil también contribuye a los gases de efecto invernadero y la contaminación del agua.

Cada año se producen 150 mil millones de prendas, es decir unas 62 millones de toneladas de ropa y complementos.
De estos, el 30% se vende a bajo costo, mientras que otro 30% nunca se vende, mientras que el 50% de la ropa confeccionada por cadenas de bajo costo termina en la basura en menos de un año.

En la basura o mejor en las incineradoras terminando generando nuevas toneladas de CO2. Y si quisiéramos poner un ejemplo, podríamos decir que quemar un kilo de ropa significa generar 1,36 kilos de dióxido de carbono por megavatio hora. Es más contaminante que la quema de carbón (1,13 kilos por megavatio hora) o el gas natural (61 kilos por megavatio hora).

Es por eso que antes de comprar debemos detenernos a pensar en lo que se esconde detrás de esta industria, comenzando por materiales baratos, de mala calidad, a menudo tóxicos y nocivos para el medio ambiente y la salud.

Luego está toda la cuestión de la mano de obra extranjera mal remunerada, a veces con explotación infantil, sin contratos y sin protección. El resultado son producciones que cuestan mucho al medio ambiente y poco al hombre y que se utilizan como desechables.

Por tanto, el modelo actual no es bueno, precios competitivos, baja calidad, duración limitada, para ello sería necesario que los gobiernos presionen a las empresas para que den un vuelco.
Muchas marcas ya cuentan con líneas sostenibles, sin embargo el camino sigue cuesta arriba y el consumo real consciente parece un espejismo.

Dominella Trunfio

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