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Comer juntos, todos sentados alrededor de una mesa, es bueno para las personas y las familias. Los beneficios, según un estudio canadiense publicado en el Journal of Developmental & Behavioral Pediatrics, son tanto físicos como mentales y preocupan, en particular, a los más pequeños.

¿Qué pasa cuando estamos juntos a la mesa? Comemos, claro, pero también compartimos, desarrollamos relaciones y formas de estar con los demás. La hora de la comida es un momento social y formativo; fortalece los lazos entre padres e hijos y entre hermanos. La presencia de al menos uno de los padres asegura que los problemas que puedan surgir - temas relacionados con cuestiones sociales, preocupaciones cotidianas normales, comentarios sobre lo sucedido en el día de uno - se desarrollen en un entorno familiar, emocionalmente seguro y contenido.

Si en la familia el nivel de comunicación es positivo, constructivo, para los niños se convierte en una especie de "entrenamiento" para la comunicación con los demás, con personas ajenas a la familia. En general - dice la profesora Linda Pagani, uno de los investigadores - “nuestro estudio sugiere que las comidas familiares son una forma efectiva de mejorar el bienestar de los niños”: en particular, demuestran mayores habilidades de comunicación y mayor equilibrio emocional. Tienen mayores habilidades sociales (y, según el estudio canadiense, a lo largo de los años muestran menos propensión a expresar comportamientos agresivos y desafiantes). Pero no solo eso: la investigación también ha demostrado que los niños tienen una menor propensión a consumir refrescos o comida rápida: comer comida casera, en resumen, educa tanto el sabor como, en general, una cultura alimentaria más saludable.

Los beneficios se pueden registrar cuando almorzar o cenar juntos es una práctica habitual, no ocasional, y si realmente se convierte en un momento de "encuentro". Comer juntos es compartir, intercambiar opiniones en una circularidad social , juntarnos para asumir una alimentación tanto física como emocional y, entonces, más tarde, poder empezar de nuevo, más fuerte y más preparado, hacia otras actividades : se aplica a cualquier edad. Y tiene un “sabor” aún más significativo para los más pequeños: de dirección, apoyo, referencia y formación.

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Quizás no fue necesario un estudio científico para demostrar que estar juntos en la familia es bueno. Pero en estos tiempos de prisa, cuando los horarios familiares son altos y estar presente, todos, para el almuerzo y la cena no siempre es fácil, el estudio canadiense nos recuerda y enfatiza la importancia, siempre y más cuando tenemos hijos (en en particular, la investigación considera los efectos en los niños a partir de los seis años) de un esfuerzo creativo y organizativo en esta dirección: comidas compartidas, que no son un evento festivo ocasional, pero que tienen cierta regularidad. Y que dejen tiempo y espacio para un diálogo entre todos, en paz: convirtiéndose así en un buen alimento para la mente, el espíritu y el cuerpo. De todo.

Anna Maria Cebrelli

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